ERASE UNA VEZ EN EL ADRIATICO
– Con la perspectiva que da el paso del tiempo, ahora resulta fácil dibujar mentalmente un mapa de influencias que haga –mínima- justicia a la historia del Baia Degli Angeli, su dj residente Daniele Baldelli y el sonido (¿Afro?, ¿Cosmic?) con el que se etiquetó a aquella lujosa localización – triunfando ya un par de temporadas antes del estreno neoyorquino del Studio 54- en el muy jet-setter Mar Adriático de la primerísima era disco. Después de años de coleccionismo disperso y un tanto fortuito, la reivindicación de muchos de los temas que el gran Daniele convirtió en clásicos en su club a partir de 1977 han ido generando una marea de creciente respeto entre los anoraks asiduos a los fórums más reconocidos de la escena, identificados todos al fin con la mezcla de sofisticada experimentación musical y hedonismo mediterráneo que la asimiló en su día a su hermana ibicenca, en un mismo credo de libertad y sentimiento comunal en la pista de baile. Podemos celebrar sin tapujos el rescate que nos ha devuelto a un Baldelli rejuvenecido, cuasi-evangélico en la propagación de su personal mensaje sonoro: los tesoros están ahí para quién ponga unas mínimas ganas en su disfrute.
EL TIRO POR LA CULATA
– Tras el fiasco, en forma y fondo, que ha supuesto para todas las partes implicadas el lanzamiento del nuevo álbum-evento de U2, la industria del entretenimiento digital parece resignada a aparcar temporalmente el uso del botón del pánico comercial con el que se retrató, en toda su grosera grandiosidad multi-plataformas, durante la presentación del desdichado Songs Of innocence de los irlandeses. La reacción del público internacional ante tan imperial muestra de soberbia, que anticipaba una pasividad agradecida del consumidor ante el “dispara-primero-pregunta-después” ejecutado desde iTunes, va a obligar a una concienzuda re-calibración de los mecanismos promocionales de estos gigantes en busca de sinergias contables a toda costa. Y la música, no hace falta aclararlo, es la otra víctima de tan aparatoso ejercicio de mercadotecnia globalizada. Así que, por favor, finjan, y finjan mejor, que no es solo de dinero de lo que se trata cuando pronuncian sus advocaciones a la grandeza de la emoción compartida, la inagotable épica del rock, el clasicismo inter-generacional que aún arrastra y entusiasma… toda esa colección de clichés que maquillan, a duras penas, la decrepitud de sus productos estrella(dos).
LA BANDA SONORA DE “AQUELLAS” CONSOLAS
– Puro Old Skool a cartuchazo limpio: la recién estrenada serie Diggin’ In The Carts investiga en media docena de mini-documentales (http://www.redbullmusicacademy.com/magazine/diggin-in-the-carts) el fascinante mundo de los videojuegos japoneses pioneros; más específicamente, los bizarros soundtracks empleados habitualmente en su elaboración, presentando a algunos de los más afamados compositores detrás de esta subcultura, sus hitos y rarezas más extremas: una alcantarilla con acceso total a un reino de
creatividad ciertamente geeky, aunque más que útil para contextualizar los particulares progresos –en paralelo a la diversificación de la electrónica y el advenimiento de la digitalización como herramienta básica en la facturación de la música- que hará salivar de auténtico gusto a los fans de autores como Hitoshi Sakimoto, el autoproclamado rey de los 16 bits. Además, un buen puñado de DJs y productores de aquí y allá –de Ikonika y Fatima Al Qadiri, a J Rocc y Kode 9- nos cuentan, desde el presente momento tecnológico, como su concepto musical ha sido influenciado, moldeado, y/o pervertido por las texturas y conceptos sonoros incluidos en aquellos entrañables cartuchos de su pubertad (literal o metafórica). ¿Sabrían algo los fabricantes nipones de, digamos, Street Fighter II, sobre la revolución musical que estaban ayudando a inspirar…?.
©luis avin fernandez / mercadonegro2014