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Tribuno Cándido (de paseo)

TODAS LAS CIUDADES TIENEN UNA CASA AMARILLA DE LA BELLE EPOQUE ENCAJONADA

CasaAmarilla

El fantasma de las ciudades pasadas se me aparece muy a menudo. Es un fantasma luminiscente que va vestido con un traje de tres piezas estampado con flores de muertos colores. La verdad es que siempre me ha gustado, porque de todos los fantasmas que me encuentro paseando es el único que me mira a los ojos. Y también porque es el que menos me habla –hay espectros demasiado necesitados de escucha-. Simplemente llama mi atención (tiene múltiples modos de hacerlo) y me invita a seguirlo fijando sus pupilas revenidas en las mías y haciendo un jovial gesto de cabeza que en nada encaja con su naturaleza de espíritu.

El domingo pasado se me apareció mientras paseaba arriba y abajo entre Santa Clara y el Alto de Miranda. Y me regaló trocitos de un Santander que solamente hace unas pocas décadas aún campaba rampante. Ese Santander es de los que más me gustan, pues me lleva a tiempos en los que la vida “natural” parecía la solución. Tiempos de marqueses que fundaban vanguardistas casas de salud, tiempos de industriales que creaban pequeñas arcadias paternalistas alrededor de sus factorías por el bienestar de “sus” trabajadores, tiempos de doctores que llevaban el refinamiento quirúrgico a las aldeas de montaña más apartadas. Ese tiempo en el que la sociedad puso su punto de mira sobre la higiene como valor esencial, tanto como garante del orden social como motor de futuro.

Porque, no nos engañemos, las ciudades europeas de la edad moderna protegían todo menos la salud de sus habitantes. Los focos de enfermedad, la infravivienda, el hacinamiento, la poca luz natural, la escasa ventilación, hacían de las ciudades lugares en los que la enfermedad campaba a sus anchas haciendo estrecho el camino de la supervivencia.

tony garnierSincrónicamente surgieron en Europa movimientos reactivos ante esta decadencia peligrosa. Así fue como en París barrios enteros –tan insalubres como incontrolables- fueron desmantelados bajo la batuta del barón Haussmann, así fue como el arquitecto Tony Garnier propuso una “ciudad industrial” para 35.000 personas que garantizaba su bienestar, así fue como Ebenezer Howard, a partir de su libro “Tomorrow. A peaceful path to real reform”, impulsó la creación de ciudades jardín.

Proliferaron a partir de entonces las amplias ventanas para captar la luz del sol, los retretes, los parques públicos, el agua corriente, el alcantarillado, … y la naturaleza, una vez más, fue idealizada. La salud (en su acepción más higiénica) tomó un lugar preponderante. Se inició la era balnearia. Los beneficios del aire de montaña, del aire marino y de los baños de ola fueron recomendados a lo largo de occidente. Y a esa ola de los baños se subió Santander junto a otro rosario de ciudades europeas.

Y esa necesidad de salud y de naturaleza llegó a ser moda para los pudientes, y a los reyes y reinas los médicos cortesanos recomendaron el veraneo. Y un estío, allá por 1861, desembarcó la reina Isabel II con su corte (hacía ya 15 años que Santander publicitaba sus baños). Luego fue el breve Amadeo de Saboya,  que hizo de estas playas su Corte de verano. A partir de ahí la transformación de esa zona de la ciudad fue rápida. La naturaleza dio paso a las infraestructuras (tranvías, alumbrado, casas de baños) a los hoteles de familia –nuestros “chalés” de hoy-, alguna mansión y hasta un palacio real, las casas de huéspedes, capillas, casino, hoteles y así hasta 1930, último veraneo de Alfonso XIII en La Magdalena. El estilo balneario invadió la arquitectura y un paraje que había sido agreste se convirtió en jardín en el que el eclecticismo estilístico que marcó los años previos y posteriores 1900, dejó su impronta.

belle epoY el blanco y los colores pastel cubrieron unas casas marcadas por los ventanales, las galerías y miradores, los jardines se llenaron con las esencias de moda. Y esta moda trascendió el propio Sardinero: Por la ciudad también se multiplicaron los miradores ahí donde había balcones, los tonos pastel, las casitas entre huertas, las casotas. No hubo barrio en el que alguien no emulara el estilo en algo. Incluso en lo más sencillo.

El fantasma se paró ante una casita resistente y pretenciosa y me invitó a mirar. Y entendí que aquel Santander era saludable y ñoño, convencional y propenso al disfrute, pero que encerraba en sus formas un deseo de felicidad natural. Yo lo tengo idealizado, lo sé. Pero en la casa amarilla de la belle-époque encajonada entre una pared ciega verde y otra de teja que hoy ilustra mi tribunada, veo bienestar y a veces hasta futuro.

Se trata de una casa dividida en varias viviendas (no sé si en origen era ya así o no… pero es posible), la parcela sobre la que se asienta es pequeña (272m²) y cuenta con bastantes niveles. No es una gran mansión, pero reproduce a su escala los ideales del momento: la ornamentación floral sobre los huecos de la planta baja, la traza noble de la piedra conseguida con ladrillo, los salubres miradores superpuestos orientados al sur, los jarrones palaciegos (queda uno) rematando su cornisa, el remate central que nos recuerda a una corona o a un lazo y el minijardín frontal.

La belle-époque que en Europa cortó de cuajo la Gran Guerra se prorrogó en nuestra tierra, y floreció verano tras verano, hasta los años treinta. Luego llegó la guerra civil, la dictadura con toda su miseria material e intelectual de la posguerra, la decadencia. Durante unas cuantas décadas el Santander balneario quedó fijado como en una foto sepia. Y luego llegaron la recuperación, la burbuja especulativa. Y nuevas décadas de destrucción. Muchos de esos románticos y saludables edificios han ido desapareciendo, siendo sustituidos, (pues pasó demasiado tiempo hasta que alguien pensó que algo de todo aquello tenía valor) por otros casi siempre insustanciales.

En nuestra ciudad, tan maltratada por el fuego y la codicia, aún quedan muchos vestigios de esta época, algunos en rincones insospechados, y reconozco que me gusta acompañar a mi pintoresco fantasma a visitarlos, pues veo en ellos matices y bondades que hoy me gustaría encontrar.

Hasta dentro de un mes, más o menos mis queridos cuerrianos.

  Para Q.R. Cantabria/ Román San Emeterio-Pedraja

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