Pecados Originales /Una columna de Luís Avín/ DJ MercadoNegro. Sobre música, dinero y artefactos.
King Street Será Larry Levan Way – El 11 de Mayo era una fecha marcada en el calendario desde hace mucho para los fans de la era dorada del clubbing neoyorquino, encarnada en el mitológico Paradise Garage, el club pilotado desde su (enorme) cabina por Lawrence Philipot, más conocido para el mundo como Larry Levan: durante la celebración de la edición 2014 de la Red Bull Music Academy, ese día estaba reservado para rendir homenaje a la figura de un DJ que marcó época y aún sirve de inspiración esencial para todo aquel que se plantea el oficio con genuina ambición artística. El street party celebrado en el entorno de King Street, la localización de aquella “Misa del Sábado Noche” que fue el Garage para una generación de fans involucrados a muerte con lo que allí ocurría, también ha servido para poner en marcha una bonita iniciativa comunitaria. Como se hiciera hace unos años con el llorado Frankie Knuckles –recordémoslo, compañero de muchas iniciáticas aventuras de Levan desde la infancia, y otro evangelista disco sin el que mucho del presente de la dance music no podría entenderse- y la ciudad de Chicago, se ha creado una plataforma, dirigida por Frankie Cruz, que reivindica el co-nombrar a esa calle del downtown de Manhattan como Larry Levan Way, y la recogida de firmas sigue a excelente ritmo, cerca ya de las 7.000 necesarias para que pueda ser tramitada legalmente ante el ayuntamiento de la Gran Manzana. Un gesto colectivo de respeto y gratitud al que algunos de los colaboradores más íntimos de este –tan prematuramente finado- chamán (Joey Llanos, David DePino, François Kevorkian) han puesto banda sonora estos días, en una ocasión perfecta para volver a reivindicar una leyenda demostradamente inmarchitable.
LA EXCLUSIVIDAD SE PAGA – Ya se entienda como un capricho -particularmente excéntrico, eso sí- de raperos millonarios, o una discutible broma conceptual sobre el valor de la obra única en este mundo de copias instantáneas y casi infinitas, hay que reconocer que la campaña de promoción entorno a “The Wu – Once Upon A Time In Shaolin” ha resultado un triunfo de ejecución mercadotécnica, ocupando bastante más espacio en los medios (revista Forbes incluida) que lo que daría de sí otro lanzamiento rutinario de RZA y la saga Wu-Tang Clan: el anuncio, hace un par de meses, de que este “disco secreto” –un doble CD, 31 canciones y 128 minutos con la producción de Tarik “Cilvaringz” Azzougarh, el joven protegido de los Wu– solo tendría una único ejemplar fabricado, causó un enorme revuelo. Y así las cosas, las explicaciones posteriores han reforzado el lado más “artístisco” del anzuelo que se nos lanzó en primera instancia: ahora sabemos que el espectacular cofre de plata y niquel que contiene la obra, diseñado por el británico-marroquí Yahya, se paseará por galerías y recintos exclusivos de los principales festivales de música del planeta, y los visitantes solo podrán escuchar el álbum en condiciones de máxima seguridad (eso, tras haber pagado una bonita cifra por el privilegio de visualizar el susodicho cofre in situ, protegido igualmente como si se tratara de un mini-Fort Knox portátil…). Tras la gira, el objeto se pondrá a la venta por un precio de salida aún indeterminado (“millones”, fue la escueta respuesta de RZA ante la curiosidad de los periodistas), y como ya ha ocurrido en otras ocasiones recientes, podría terminar en manos de alguna marca global con hambre de publicidad y crédito cool, o bien ser adquirido por un sello discográfico o un particular de economía desahogada que desee lanzar la grabación de forma convencional, invirtiendo el proceso planteado, en un guiño inconsciente a Walter Benjamín y sus reflexiones de hace 80 años… “Llevamos mucho tiempo reivindicando que la música ES arte. Y sin embargo, su precio ha caído hasta prácticamente la gratuidad”, musita el líder de Wu-Tang, anticipándose a las críticas. Por ahora, lo único claro es que tanto jaleo mediático han devuelto visibilidad a su carrera, y su nuevo disco, “A Better Tomorrow”, lanzado este verano de forma, ejem, estándar, se beneficiará de ello, no lo duden.
SOFTWARE OLD SCHOOL – Que gozada: la magnfíica FACTmag da uno de sus habitúales repasos, en forma de lista, a los rincones más geekies de la tecnología musical de los últimos años, y en esta ocasión ha escogido bucear en la delirante historia de todos aquellos programas, el software pionero que ayudó a cambiar para siempre el proceso creativo en la música, en apenas dos generaciones de usuarios. Reivindicando a los exploradores de aquellos nuevos territorios de la tecnología en tono irónico aunque un poquito sentimental -incluso si recordamos la penuria que suponía tanta caída de sistema y tanto conspicuo error- los británicos se pasean por un museo virtual donde programas legendarios –y gloriosamente obsoletos, a nuestros ojos y oidos del 2014- como Performer (1985), Max (1986), los Cubase y Pro Tools 1.0 de 1991, o un tracker clásico para el inefable Commodore Amiga, OctaMED (1989), nos hablan de procesos intrincados y laboriosos, paciencia malgastada, y hallazgos a contracorriente (por decirlo suavemente). Tiempos que hemos dejado atrás, en un momento en que puedes componer/grabar/editar canciones completas hasta con tu móvil, y quizás por eso esta “parada de los monstruos” del software musical tiene tanto encanto, un viaje de voyeurismo primitivista, tamizado eso sí por el recuerdo de las chapuzas a las que uno estaba obligado a acostumbrarse con semejantes cacharros. Lo podemos decir bien alto: nos encanta el pasado, pero nadie lo cambiaría por la eficacia del presente y sus máquinas todopoderosas, por muy resultadista que esto pueda parecer…
Para QR Cantabria@ Luís Avín
FACEBOOK