“No hay nada más poderoso que la atracción del abismo”
Julio Verne, Viaje al centro de la Tierra.
Desde los albores de la Humanidad, y mucho antes de que esta apareciese, las cuevas han supuesto el primer parapeto, el abrigo perfecto para cualquiera que necesitase seguridad y cobijo. Solo los primeros centenares de metros solían ser explorados. Las duras condiciones de humedad y accidentes geológicos, impedían que los seres que las habitaban se aventurasen a mucho más que esas pequeñas distancias.
Coincidiendo además que en Cantabria, si la “minúscula” norteña, posee una las más grandes y excepcionales redes de cuevas de Europa.
Un precioso tesoro que no para de crecer por momentos. En el área que rodea a los ríos Asón y Miera, se concentran 3 de los sistemas más importantes del continente, y que en conjunto forman una extraordinaria amalgama de senderos subterráneos repletos de formaciones y lugares de indescriptible grandiosidad.
Es sistema Mortillano ostenta actualmente el récord de extensión con 130 km. de la Península Ibérica, le siguen de cerca el Alto Tejuelo y La Gándara.
Todos ellos en un área de apenas unas decenas de kilómetros cuadrados. La incesante exploración de espeleólogos de la región junto a grupos del resto del país e incluso de otras nacionalidades, aumenta constantemente la longitud de estas mastodónticas cavidades.
Proyectos como la unión de las cuevas Cañuela y Coventosa nos podrían brindar la oportunidad de realizar una travesía por dos de las más conocidas cavidades por sus espectaculares salas y formaciones. No obstante, y fuera de los focos que habitualmente alumbran a las majestuosas y celebres enormidades, existen otras maravillas que por sus formaciones, en la más absoluta excentricidad, tienen un interés tan atractivo como las anteriores.
Hablamos de la cueva del Narizón o Vallina. Cantabria constituye un paraíso para la práctica de la espeleología y un inmenso abismo para el disfrute visual del mundo subterráneo.
Pedro de Andrés, G.E. Pistruellos/